domingo, 1 de agosto de 2010

Crítica de la razón teorética

Mientras volvemos en la cabina de la camioneta pienso de qué se trata eso que nos une, más allá del frío, la proximidad geográfica y algunas aficiones compartidas. S. empieza a cantar uno de esos temas que reserva para cerrar el telón de su noche, creo que son un refugio, los canta de principio a fin, como si estuviese solo. Hay algo generoso, un poco idealizado y confuso, en lo que nos hace creer en la sinceridad de los ojos que se encienden y se apagan de espaldas al viento de la avenida.

Entonces pienso en la situación y en alguna manera de entenderla, pero a la vez no quiero entender, yo también soy de los que repugnan de los sentidos tranquilizadores, aunque eso cueste la mudez o la música. Las teorías que vienen con manual de acción son ya siempre una estupidez mortífera. O será lo nuestro: ¿Estrechez de miras? ¿Fetichismo de la interioridad? ¿Condervadurismo anarcocapitalista? ¿Estetización de la singularidad? No sé.

Entonces vuelvo a lo mismo: ¿qué nos hace comunes y al mismo tiempo tan distintos? ¿Qué nos hace creer que hay un ambiente compartido en el trascurso de la noche?. Me pongo charlatán conmigo mismo, para no aburrir a los otros, y pienso en que seguramente es algo que no es un enunciado, pero que, sin embargo, ninguno, ante un apuro mayor, nos negaríamos a darle contenido de verdad. A veces creo que para decir esa verdad haríamos a la manera de los cínicos, señalaríamos alguna situación e indicaríamos la forma general de conducta que seguiríamos. Un escepticismo práctico nos negaría la posibilidad de acceder a la altura del universal.

Esta actitud es algo que se nos escapa, nos criamos como descreídos, en la sospecha de estar siendo engañados. Las teorías más encantadoras y vanguardistas parecen ofrecen una credencial temporal, un paraguas bajo la lluvia… ¿La condición? Poner en funcionamiento sus esquemas preceptúales, cierta forma de ser y pensarse, alguna dicotomía que suene bien y sea tan global como para aplicar a cualquier cosa: lo liso y lo estriado, lo múltiple y lo uno, lo auténtico y lo que no, lo abierto o el espectáculo. A veces, al final de este camino de sospechas y purificaciones (se me dirá que en el peor de los casos) se esconde el centro estático de la emancipación imaginaria, la credencial del salvado, de los que encontraron un camino que hay que difundir incluso a las paredes.

Claro, pienso que el problema, como dicen todos los que andan, será siempre alguna forma de decir “luchar”, "crear" y “no venderse”, pero no sabemos qué es eso, es como el “conócete a ti mismo”. ¿Qué significa? La modulación específica de todo axioma ético que no sea una ley universal supone el juego de la lucha por darle su sentido. Acá pienso, como ejemplo, en una característica propia de la civilización occidental fascinada por el conocimiento teorético: el llamado intelectualismo socrático. Durante mucho tiempo creí que Sócrates era un ingenuo, o un idiota peligroso si era cierto lo que decía: aquel que conoce el bien no puede cometerlo, porque en cualquier caso no puede desear su mal, es antinatura, y, aún equivocado, cree estar haciendo un bien, al menos a sí mismo. Pero, parece que para buena parte de los oyentes de Sócrates, lo central de la idea no residía, al menos no exclusivamente, del contenido, persuasivo o no del enunciado, que pudiera tener esa palabra. Por el contrario, hay que conocerse a sí mismo como un paso para hacer algo consigo mismo, una apuesta que precisamente intente disolver la dicotomía entre la dimensión intelectual y la práctica. ¿Para qué? Para fundirla en un ejercicio constante en cierto ethos, en una determinada forma de vida que las haga inescindibles. Pero esto solo se logra viviendo y poniendo siempre a prueba , y arriesgando, en cada acción y en cada experiencia, el propio modo de ser.

Encontrarse con, estos planteos, que son los del final de la vida de Foucault, nos hace sentir un poco decepcionados, la huida a lo antigua frente a la omnipotencia de los dispositivos. El cuidado de sí como práctica de la libertad parece un blando “volver al sujeto”, algo para ser juzgado con compasión y prudencia; es una zona que preferimos olvidar bajo la mirada biopolitizante que nos hace sentir actualizados.. No obstante, no es un discurso que suene extranjero, si alguien nos pregunta, tal vez se lo tiremos por la cara ¿Pero solo como palabras? ¿Por qué hacen falta de golpe siempre tantas palabras para decir? ¿Y ante quién las decimos? ¿Y qué tan importantes son? ¿En qué casos estamos dispuestas a defenderlas con el cuerpo?

Todo suena muy bien (o muy mal) y a veces nos cansa. Finalmente, la intensidad de la experiencia y la posibilidad de hacerla y pensarla de cierta manera es la única constancia que podemos ofrecer; eso sí, aunque a veces no sepamos con claridad qué es, y seamos presas del balbuceo o el zarpazo irreflexivo, eso no impide que salgamos de la la urgencia de hacer lo común, defenderlo y hacernos entender . Es probable que encontremos algo (que se dice de muchas maneras).

De nuevo suena solamente bien o mal? resuena algo?

No hay comentarios:

Publicar un comentario