viernes, 30 de abril de 2010

Quisiera tragarme la vida


Quisiera tragarme la vida.

Me pregunto de golpe qué estoy haciendo aquí, iluminando pobres historias, restaurando con un poquito de témpera los viejos retratos.

Debe ser que hoy no tengo sol en esta otra isla cimarrona.

Me gustaría ir a Bahía y ser un negro. Trabajar con los negros y coger con las negras y aprender a cantar y a bailar.

Me pregunto qué hago aquí, dilapidando mi vida en secas cosmogonías, en planes.

El hombre no tiene que averiguar lo que es, tiene que ser.

Pierde tiempo en averiguar lo que es, y no puede averiguarlo porque simultáneamente deja de ser.

Ser es sentir, y la única manera de saber lo que uno es, es vivir y ser. No importa que no quede constancia.

Me gustaría ser capaz de salir ahora mismo, caminando, juntar mis pocas cosas, irme para siempre.

Para siempre detrás del sol y del mar.

Que alguien me enseñe a cantar y a bailar.

Que alguien me desate la lengua.

Que yo pueda hablar con la gente, entonces podré hablar de la gente.

Que alguien me cauterice esta costra de incomunicación y estupidez.

Que yo sea otro, que vuelva a ser un chico.

Me voy a ir.

“Si vivir es lo supremo, entonces viviré, aunque deba convertirme en un caníbal. Hasta ahora he tratado de mantener a salvo mi preciado pellejo, tratando de preservar la poca carne que

esconden mis huesos. He terminado con eso” Miller


Qué depre, viejo.



Rodofo Walsh, 1962.

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