lunes, 21 de septiembre de 2009

Bastardos sin gloria


Curiosamente, en la fábula de Tarantino aparecen dos pensamientos contemporáneos necesarios de articular. Para ser casi precisos, en el primer “diálogo” de Brad Pitt se entrelazan e invierten algunos tips dignos de Foucault y de toda la especialización biopolítica posterior (Agamben, Esposito, entre otros). A los veinte minutos de película, más o menos, el teniente Aldo Rein sentencia un discurso para su grupo de soldados judeoamericanos: justifica a sus reclutas la matanza de nazis, “sin piedad y con crueldad”, para que puedan “verla el resto de sus hermanos alemanes”. Para estos bastardos, “matar a los nazis no es de ninguna forma una lección de humanidad, porque los nazis no tienen humanidad”.

Visto de otro modo, allí donde Hitler promulgaba una raza superior, y Foucault marcaba una cesura en la vida, una paradoja que permitía a un Estado matar y, a su vez, le permitía a un Estado racista convertirse en asesino “para continuar viviendo”; allí mismo, es el intersticio que también toma Tarantino como continuum de la especie humana. Pero la condición que elige el director para aniquilar ya es extra-biológica, el límite está dado por la humanidad: los bastardos tienen el derecho de matar a cualquier nazi porque estos no tienen humanidad. Es semejante al discurso posguerra, a la Declaración de 1948, aunque con una importante salvedad: porque no sólo “se intenta restituir la humanidad, luego de que el régimen nazi la haya reducido a su componente corpórea” (tal como sostiene Esposito, a propósito de la Declaración de los Derechos Universales del Hombre). Sino que en la película, justamente, la humanidad se convierte en un derecho que se sustrae deliberadamente a los nazis. El grupo comandado por los bastardos se convierte en representante soberano de la humanidad, al vengarse reduciendo a cualquier nazi a su condición corpórea y, principalmente, al excluirlos de toda humanidad: sacándoles la cabellera, desmembrándolos, marcándoles la esvástica en la frente.

Por Marcos F. Beltrame
marcosbeltrame@yahoo.com.ar

domingo, 13 de septiembre de 2009

En torno al elemento tierra: Anaximandro




Al llegar al pensamiento de Anaximandro surgen nuevas incongruencias con su interpretación, no sólo respecto del “elemento tierra”, sino en relación con los otros elementos. Las primeras citas documentadas del filósofo milesio aparecen por primera vez en Aristóteles, bajo el habitual uso de terminología propia: así, luego, Teofrasto y Simplicio también hablarán de los cuatro elementos para referirse a las cualidades. Porque, del mismo modo que Anaximandro sostiene que la arché es “lo infinito”, se designa también mediante artículo y adjetivo a las cualidades: lo caliente, lo frío, lo húmedo y lo seco. Pero sólo con el surgimiento de la distinción entre sustancia y atributo, por medio de Platón y de Aristóteles en adelante, se considerarán los elementos caracterizados a través de sus cualidades: al fuego le corresponderá lo caliente, al agua lo húmedo, etc. Repito, las cualidades en Anaximandro no figuran como elementos, ni como sustancias o fenómenos materiales. Esta consideración se puede deducir con la siguiente interpretación de un comentarista: “Porque [argumenta Hölscher sobre el ápeiron] no representa una cualidad [como lo caliente], sino un fenómeno como el fuego”[1]. Guthrie no está de acuerdo con este significado y sostiene que las cualidades son fenómenos materiales, al argumentar que Anaximandro los trata como cosas sustantivas igual que a la arché. Pero me parece más lógico considerarlos cualidades, en tanto que como fenómenos bien podrían haber sido también una arché. Existe una distancia entre lo húmedo (cualidad), por ejemplo, y el agua (elemento, fenómeno), más allá del carácter abstracto que pueda representar en relación con algo efectivamente húmedo.
Otra de las interpretaciones comunes en la filosofía de Anaximandro es aquella que dispone las cualidades como contrarios. Sin embargo, no hay fragmentos directos que remarquen las oposiciones entre las cualidades. A lo sumo, puede haber diferencias que las lleven a litigar su ubicación en el todo. Además, se puede suponer que no hay transformaciones o conversiones entre ellas, sino cambio en las localidades. En esta línea, se puede aceptar que lo ilimitado está formado por cualidades en constante lucha, sin necesidad de que sean contrarias. La fuerza o tendencia en cada una de ellas, por prevalecer, no es un intento para aniquilar a una contraria, sino por obtener una ventaja local que obligue a la otra a retirarse. Porque por ejemplo, el agua sólo en un sentido puede originar el fuego[2] (por la evaporación), y el fuego abusar de ese espacio (i. e. ganarlo), pero no al revés: no hay contradicción, la relación es unilateral. Y la ventaja que se obtiene es sobre un lugar, que no se gana de modo final y completo porque no se destruye definitivamente a la otra cualidad, dado que ésta puede retornar y generar una nueva lucha.
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[1] GUTHRIE, Op. Cit., pág. 86, n. 66
[2] Sólo si se tiene en cuenta que ambos ya preexisten en lo ilimitado, y están disputando una sección o parte. Es un “origen secundario”, respecto de un lugar o sector.

Por Marcos F. Beltrame